La dama blanca ha salido
ha pasear, lleva kilos de cerrojos entre las manos, y en su mente la proyección
de un montón de llaves. Se adentra en las calles del recuerdo, porque necesita
tapiar sus puertas, se acerca a las puertas del presente para desbloquear el
paso. Otea las lejanas puertas del futuro, de soslayo, y con miedo.
La dama blanca deambula
con lápices en las manos. Ya no quiere dibujar con oleos permanentes...
La dama blanca relee
libros del pasado y entorna la mirada, piensa en quien se lo regaló, cuando lo
hizo y porque no lo olvido.
La dama repasa las cartas
que escribió, pero se le mezclan sus líneas con las de los libros que recuerda.
Siente, como en un sutil homenaje, sin saberlo, ha recreado la historia
imaginada por Baricco, y se da cuenta que lleva escribiendo cartas de amor a
alguien a quien aun no ha conocido, porque cree que algún día, cuando
aparezca.. él querrá saber cuanto le echó de menos.
La dama blanca se pone
triste al darse cuenta de que no recuerda si en Océano Mar, la mujer deseada
llegó a aparecer en algún momento, así que mira las cartas mientras se desborda
en la pereza.
No ha visto ciudades que
no conoce, no ha saboreado platos que no comido, no ha abrazado a personas con
las que jamás se ha cruzado. Hay muchas cosas que no ha vivido, y no puede
entender porque las añora tanto.
Ha mirado sorprendida los
candados color ocre que pesan entre las manos. Analiza el final de una esquina
que marca el insoportable límite de la seguridad que por conocido escuece; la
esquina que indica el principio que por desconocer acobarda. Mira los lados de
la calle y mira sus pies. Mira el cielo y mira sus dedos. Mira la señalización
de la calle, los kilómetros de tendido eléctrico que va a los lugares que no conoce. Mira al frente y ve su reflejo en los cristales... mira
aquello que realmente no soporta…
Cuando cierra los ojos, los candados desaparecen, baila con sus sueños y esos ratos es feliz
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